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La historia y la geografía españolas han dado a nuestro idioma una vastísima cantidad de expresiones, refranillos y frases hechas que han ido enriqueciendo la lengua de Cervantes y Quevedo, de Góngora y Garcilaso, de Berceo y Pérez- Reverte. Entre las ciudades que han aportado expresiones famosas y empleadas por casi todos los hablantes de España, está Granada.
La ciudad andaluza junto con toda su provincia, ricas la una y la otra en todo tipo de manifestaciones culturales y en historia, no podían no dar también al idioma una parte de su genio. Estas son algunas de las expresiones que Granada nos ha dado.

Ser más feo que Picio
Esta expresión se ha convertido en la verbalización estándar de la fealdad suprema y, para desgracia de muchos, no pasa de moda pese a que los siglos sí pasen por ella. Aunque este personaje quedó como muestra de fealdad, al menos su historia tuvo un final aceptablemente feliz.
Francisco Picio era un pobre zapatero de la localidad granadina de Alhendín que fue llevado ante los tribunales de Granada por razones no del todo claras – recuérdese que la ciudad ha estado muy ligada a la justicia ya desde tiempos de los Reyes Católicos–. El zapatero fue hallado culpable y condenado a muerte, y para tal trance estuvo el pobre hombre preparándose.
Dicen que cuando estaba en la capilla rezando antes de ir al cadalso, recibió la noticia de su indulto. Fue tal el impacto, que perdió el cabello, las cejas, y demás vello facial; así como los dientes; y unos tumores desfiguraron su rostro, quedando para siempre como el arquetipo de fealdad pero vivo para contarlo.


Esto parece el coño de la Bernarda

Como suele ocurrir con las expresiones que hunden sus orígenes en tiempos un tanto remotos, ésta da lugar a muy diversas teorías. Más aún si se tiene en cuenta que esta expresión tiene una vertiente en Ciudad Real y otra en Sevilla.
Hay quien afirma, por el contenido de la expresión, que Bernarda fue una prostituta famosa; sin embargo, la historia más aceptada, recogida en los textos de Manuel Talens en los que alude a una relación de hechos de Higinio Torregrosa, es la de que se trataba de una curandera que, tras haber dedicado la vida a los demás, empezó a echar en falta el calor de la familia propia.
Al parecer, San Isidro se apareció durante un sueño y, metiendo su mano en las partes pudendas de la mujer, hizo de las mismas algo sagrado por las que todo a su alrededor florecería lleno de vida. Desde entonces y hasta su muerte, los campos florecían y las cosechas eran abundantes. Sin embargo, con su muerte el campo pareció tornarse en menos rico y fecundo.
Cuentan que una mujer vio salir del sepulcro de Bernarda unas luminarias, lo que llevó al sacerdote a autorizar la exhumación del cadáver, del que sólo quedaban incorruptos sus genitales, que fueron colocados en un relicario.
Pese a las bondades de las que parecían ser fuente los genitales de la curandera, la frase ha quedado para designar el desorden, el descontrol más absoluto, desprestigiando en buena medida la historia.

Apaga y vámonos
Una vez más, la Iglesia es motor cultural y, en este caso concreto, lingüístico. Esta frase, empleada muchas veces para indicar que algo ha terminado, especialmente si es de un modo poco ortodoxo o cuyos resultados no son exactamente los debidos o esperados, es un ejemplo más de cómo la religión ha marcado la lengua de un país de tradición tan profundamente católica como el nuestro.
Al parecer, en el pueblo granadino de Pitres, dos jóvenes sacerdotes que esperaban acceder a la capellanía, apostaron por ver quién de los dos era capaz de decir la misa más corta. El ganador, era de esperar, accedería al cargo de capellán.
El primero se plantó ante el altar y con un “itte misa est” –“la misa ha terminado” o el actual “podéis ir en paz”– dio por zanjado el acto. Incapaz de superar a su rival, el segundo creyó oportuno saltarse incluso la fórmula latina y, mirando al monaguillo, dijo “apaga y vámonos”, refiriéndose a los cirios. Con esta orden el joven sacerdote ganó la apuesta.
Que salga el sol por Antequera
Nada importa, todo está bien, todo es válido, y si no, también. Más o menos esto es lo que viene a decirnos quien emplea esta expresión cuyo origen debemos buscarlo nada más y nada menos que en la última fase de la Reconquista: la toma del reino nazarí de Granada.
 La frase era empleada por los caballeros y soldados que se encontraban a las puertas de la capital nazarí bien entrado ya el año 1491 y con la ciudad prácticamente tomada. Por esta razón, parecía imposible que cualquier contratiempo pudiera dar un vuelco a la situación que, previsiblemente, terminaría con la inminente conquista de Granada. Como desde donde se encontraban acampados no podían ver salir el sol por la ciudad malagueña de Antequera, aquello debió de parecerles el súmmum de las contrariedades.

Las expresiones del Gran Capitán
Aunque Gonzalo Fernández de Córdoba era, como su propio nombre indica, cordobés, residió durante buena parte de su vida en la ciudad de Granada al servicio de los Reyes Católicos, y murió allí, donde es venerado por los granadinos de hoy.
Este gran genio militar español apodado como Gran Capitán ha dado a nuestra lengua algunas expresiones tales como “a enemigo que huye, puente de plata”, con la que hacía ver la importancia de evitar la lucha armada contra quien en realidad ya ha sido derrotado; o “hacer las cuentas del Gran Capitán”, empleada cuando las cuentas de una compra o una venta no terminan de cuadrarnos, y que tiene su origen en la desorbitada suma de dinero que el militar presentó a Fernando el Católico por la conquista de Nápoles.
 
 
 

 
 

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